Entender la soledad

Para poder ayudar a personas que se encuentran en este tipo de situaciones, primero hay que aprender a detectarlas

Saber detectar las soledades es un trabajo todavía en desarrollo para la mayoría de ciudadanos. Son muchos los que desconocen las verdaderas características que constituyen una situación de soledad no deseada, y las causas que objetivamente pueden provocarla no siempre son responsables de la misma.

En primer lugar, la soledad no es una situación específica ni exclusiva de las personas mayores, puesto que se puede experimentar en todas las etapas vitales. La evidencia científica no es concluyente a la hora de afirmar la existencia de una correspondencia directa entre la edad y la prevalencia de la soledad, si bien algunas variables relacionadas con la soledad aparecen con mayor probabilidad en personas mayores. Dicho de otra manera, en estas etapas vitales se producen con mayor frecuencia la coexistencia de determinadas situaciones que pueden propiciar la aparición de sentimientos de soledad.

Tampoco la falta de relaciones sociales tiene por qué desencadenar en una percepción de soledad, por el contrario, una persona puede sentirse sola pero no estar sola. Así como el hecho de vivir en solitario no siempre deriva en este tipo de situaciones, también hay que aprender a diferenciar que la soledad y el aislamiento social son fenómenos distintos. En resumen, la soledad no constituye una experiencia única y universal; al contrario, existen múltiples facetas, dimensiones o tipos de soledad.

Así pues, en esta estrategia, cuando se habla de soledades, hace referencia a situaciones de significativa disminución, limitación o carencia de contacto, conexión, comunicación o relaciones con otras personas. Más allá, no es posible saber si existe soledad sin conocer las percepciones, emociones o pensamientos de la persona: no por el hecho de que una persona viva sola, pasee sola, trabaje sola, coma sola o viaje sola podemos deducir que nos encontramos ante una situación de soledad. En este sentido, debido a las confusiones y a la interrelación de diferentes variables, se suele hablar de la soledad objetiva y de la soledad subjetiva.

La primera, la objetiva, se suele asociar con el aislamiento social, un concepto que debe diferenciarse, aunque estén interrelacionados, de la soledad. El aislamiento social hace referencia a la medida objetiva de una situación marcada por la carencia, limitación o disminución de relaciones sociales. Teniendo pocas conexiones sociales, las personas pueden llegar a sentirse muy solas o no. La falta de vinculación comunitaria, además de la falta de relaciones con otras personas, puede provocar sentimientos de soledad, pues, a la contra, percibir dicha vinculación puede entrañar sentimientos de pertenencia, identidad, seguridad…

La soledad subjetiva es el concepto que se relaciona con los sentimientos de soledad, como vertiente subjetiva del aislamiento social o la antítesis del apoyo social. Una definición que está muy aceptada define la soledad como una experiencia desagradable, negativa, resultado de una evaluación subjetiva a través de la cual existen discrepancias entre las relaciones que desean las personas y las que tienen, sea cuantitativa o cualitativamente. Es decir, frente a lo deseado, el número de relaciones es inferior o no aportan la intimidad, reciprocidad o confianza esperada de forma satisfactoria.